martes, julio 31, 2007

Dejar ir

Y el plazo de cumplió. Tras un mes viviendo en ese marco de relativa tradicionalidad familiar, como hijo, con una madre en casa y rituales en torno a ella, todo vuelve a su origen. Ella partió de regreso a Suecia, a su rutina escandinava, de amaneceres boreales y días cortos, calles saladas de nieve y bosques pefectos... y dejó este Chile que, desde su mirada, era bullicioso, caótico, inseguro.. pero tibio y propio. El lugar donde nació, se hizo mujer y madre. El país del que huyó para perseguir un ideal de libertad cumplido a su manera. Hoy mi madre es otra. Una mujer segura, independiente, con la mirada mansa y un halo de satisfacción propia. Logró demostrar que desde sus manos podía crearse un futuro y salir adelante. Y pese a que de ella heredé, además de mis ojos tristes, esa autoflagelación constante de los infortunios, su perseverancia también está en mis diccionarios. Este viaje al "Chile de los aromos florecidos" (su árbol predilecto) me sirvió para volver a encontrar un modelo a seguir, una figura a la cual aspirar sonriente, una madre de la que me siento orgulloso y afortunado de tener, aunque sea a kilómetros y husos horarios distantes. Eso le dije en el último abrazo, que me devolvió al niño llorón. De pronto el hombre que nunca rompe en llanto estaba en los brazos de su madre pidiendo imposibles, soñando otros amaneceres, reteniéndola por instantes. Sólo espero tener el tiempo para recuperar momentos, sonrisas, gestos, olores, silencios, historias, complicidades. La sangre.

viernes, julio 20, 2007

El panopticón

Michel Foucault en "El Panopticón" acude a ese gran ojo psicológico que siempre nos vigila y observa para hablar de la supraconciencia que pesa sobre las sociedades (especialmente cristianas): una especie de juez supremo que lee mentes y descrifra los enigmas, incluso los más personales. La misma lógica se aplica en las cárceles, con los focos enormes que no dejan de alumbrar noche tras noche, rincón por rincón, y en los malls y tiendas... hasta en las calles! con las cámaras de vigilancia que giran como autómatas y parecen querer acribillarnos con su mirada robótica y fija.


Foucault, como buen secularista, basó su idea del panopticón sobre el concepto religioso del Dios castigador que la Iglesia Católica ha eternizado hasta las masas. La representación de la divinidad como un ojo enorme, siempre adjunto a la frasecilla "Dios me ve" que atemorizaba hasta los dientes a los niños..... Recuerdo que de pequeño sentía que todos mis pensamientos de venganza, de haber matado un insecto, dado de puñetes a un amigo o destrozado algo iba acompañado de la persecución: "esto no pasa inadvertido", "Dios me apunta con el dedo y le contará a mis padres", y un largo etcétera que forjó, de alguna forma, un complejo de culpa que creció aún más a la luz de la enseñanza católica de mi colegio... aunque la resistiera, parecía colarse como esas ideologías que se adhieren a punta de rechazo.


De pronto, entonces, parece muy natural en mi discursiva hablar de "culpas", "castigos", "bien/mal" y "cruces". No sólo en mi voz, también, aparentemente, en la del ethos chileno. La Iglesia Católica no ha hecho más que perpetuar ciudadanos culposos y acríticos, que tragan los dogmas como agua, que van a misa y se golpean el pecho, pero que en la práctica apuntan sus puños a la espalda de los demás. Tal vez de ahí la incapacidad para cohesionarnos como país, exigir políticas igualitarias, pretender un crecimiento no sólo económico sino también de la calidad de vida.. porque tal vez son deseos ilusiorios, incluso utópicos, difuminados tras el ojo culposo de un Estado que, por muy secular que se proclame, aún sigue portando solideos, colgajos y escapularios en su vestuario oficial.

viernes, julio 13, 2007

Bendita gratuidad

Hace algún tiempo leí una entrevista de Björk en la que hacía referencia al crecimiento explosivo que tuvo Islandia en los últimos 40 años. Recordaba su infancia de precaridad (aunque no infeliz), en la que cada familia suplía sus necesidades según las posibilidades que tuviera cerca: como no había dinero para comprar música, pues bien, la familia componía sus propias melodías y canciones; a falta de comida y vestuario, las madres fabricaban el pan y la ropa de los hijos y los padres tallaban los juguetes de madera de los pequeños. Lo mismo sucedía con los cuentos: o se inventaban o se adaptaban a la historia familiar parte de las viejas sagas danesas.

De acuerdo con los talentos de cada familia, los amigos encontraban la forma de congraciarse unos con otros regalándose lo mejor de la producción hogareña, todo de forma gratuita y voluntaria.


De pronto, el capitalismo invadió Islandia y en sólo 4 décadas se industrializó. Se acabaron las tradiciones y la dulcemente forzosa autarquía dio paso a la dependencia del dinero. La gratuidad cedió al efectivo y, paradójicamente, la sociedad "se desarrolló y encontró la senda del prograso" (esto, por supuesto, según algunos estándares fríamente numéricos del FMI).




La entrevista me dejó pensando... y coincidentemente hace unos días, acompañé a mi madre a la óptica para que le repusieran los cristales salidos de sus lentes. La dependiente los tomo, estuvo cerca de 15 minutos reinstalándolos. Al final, cuando fuimos a pagar, dijo "vayan, no es nada"... De inmediato surge esa reacción de sorpresa, satisfacción y gratitud. No se trata del dinero ni de lo que se ahorre, en absoluto. Es la sensación de romper con las duras reglas del libremercado, esa especie de ideología que se cuela hasta los servicios básicos (¿es realmente válido tener que pagar por los bienes que la tierra nos entrega, como el agua?, más allá de las cañerías y la regulación del consumo) y que tiene alcances impredecibles: no me extrañaría que dentro de un tiempo de tuviera un costo disfrutar de un atardecer, beber de la belleza arquitectónica de una ciudad, recordar momentos memorables.... (En el D.F. Mexicano ya existen casetas para respirar algo de oxígeno por algunos pesos!).

Lo desalentador de la historia es que cada vez resulta más complejo volver atrás en el círculo, si el dinero de cuela por los intersticios más mínimos, destrozando a hachazos -de paso- la posibilidad de usar nuestras manos para crearnos el mundo.


viernes, julio 06, 2007

El dogma de la encomienda



Los ojos extranjeros o de quienes han estado lejos de estos terruños por muchos años tienen esa virtud de observar los vicios patrios como un hecho aislado y no desde la cotidianeidad, tan tramposamente esclavizante. Mi madre, por ejemplo, apenas arribó al país se quejó por los excesos burocráticos y, luego, al llegar a Valparaíso, no podía comprender que la imagen del jaguar económico pujante de Sudamérica (como aún se refiere a Chile en el periodismo extranjero) no fuese coincidente con las casas que siguen colgando, la miseria convertida en norma y, también, la falta de gratuidad (qué bien tan escaso en estos lares).

Por estos días también he podido aprender de la mirada de mi amigo Eduardo, quien ha vivido la mitad de su vida en España. Para él, en Chile aún no se ha eliminado la institución de la encomienda, ese sistema creado por la Corona que premiaba el servicio de los conquistadores con protección económica y la concesión de privilegios a los encomendados. Una institución que fue clave en la constitución social del país y se perpetuó también en la minería y en otras actividades productivas fundamentales para el "crecimiento" del país.



Y vaya que es cierto! Qué cotidiano nos parece de pronto que las casitas autoconstruidas en las laderas y quebradas representen ese manido adjetivo de lo "pintoresco".. y por otro lado sean el estandarte de algo que huele muy mal.. o que es funcional a esa "trickle-down theory" (ley del goteo) acuñada por Ronald Reagan. El jueguito cruel que permite a los de arriba atragantarse hasta las masas de las riquezas para que los chorreos esquivos alimenten la ilusión de quienes no tienen nada.

Qué incuestionable es, de pronto, el deber de hipotecarnos la vida por acceder a la educación superior, una operación cara, enfrentar un cáncer u otra enfermedad catastrófica. ¿No tenemos, acaso, un Estado -supuestamente socialista- para que resuelva algunos mínimos como ésos? Mientras los políticos alimentan ilusiones con sus discursos-elíxires, cargados de promesas; los empresarios emboban a las masas, mediante los medios de comunicación y la publicidad, con los bienes de consumo que se "deben tener"; los parlamentarios van al Congreso a cuidar sus negocios, buscar asociatividades y votar leyes que les favorecen; la iglesia esculpe a diario los límites morales de la imbecilidad y del deber ser y el ser, perpetuando una mentalidad retrógrada, cerrada y provinciana...

Todo, en tanto este gélido invierno mata diariamente a los que no tienen techos, o si los tienen... son arrasados por los temporales o mueren sin atención en algún hospital plagado de médicos que hacen avioncitos con sus juramentos de Hipócrates.
No quiero parecer precisamente un pesimista empedernido, pero a veces por "hacer patria", dejamos de comprender que sí existen maneras más civilizadas de convivir y, también, sociedades que han logrado poner en la balanza los elementos para equilibrarse de modo medianamente justo. No hay lugares perfectos, pero sí hay grupos humanos que se han organizado mejor que los 16 millones autodefinidos como "solidarios" en su eterna ilusión óptica. ¡Qué mitomanía autocreída más chilena!

lunes, julio 02, 2007

Bahía y Albor


Amanece en Valparaíso, entre sirenas de barcos perdidos, los neones que se apagan en los cerros, el rocío que humedece los adoquines y los guiños violáceos de luz.
Esta foto pertenece a mi amigo Eduardo Trujillo y representa para mí la esencia de una ciudad puerto. La urbe con sueños de horizontes lejanos y periplos sin retorno en las venas. El rincón que enfrenta al mar y despierta en su halo moratino de una noche de bohemia y desenfreno.
Esta imagen es la de ojos madrugadores que comienzan a deambular por las calles, los fulgores tenues que el puerto arroja casi como una trampa en las primeras horas de la mañana.