domingo, marzo 01, 2009

El Persa anacrónico


El Persa Biobío oculta sus secretos bajo el polvo. Teje con la pátina de los cuadros un relato paralelo al de la compraventa, entre el óxido de los yelmos y espadas sin blandir, en la mezcla del polvo de bergeres, juegos de té, muñecas de porcelana gastada y las páginas amarillas de los cientos de libros. Todo se conjuga entre el desuso, la vejez y la belleza.



Cada domingo se instalan en ese tren de bodegas viejas cientos de comerciantes embebidos en un objetivo simultáneo al del dinero. Parecen poseídos por la nostalgia, distraídos en el peso de los tesoros que ofertan. Conocen a Almodóvar, historias secretas de Hitler cuando escribió "Mi Lucha", releen un Fortín Mapocho que acusa a Pinochet de "Mal Actor" como si titulara noticias frescas. Tararean canciones francesas de posfuerra. Fuman pipas. Lustran camafeos. Otro tiempo, otro lugar. Tal vez señalado por un fino reloj detenido que vale más por su marco de ónix que por su funcionalidad.


En otra esquina, una victrola grita a María Callas. Al frente, un hombre joven oferta películas XXX a un grupo de parroquianos con la mirada encendida. Más allá, juguetes de plástico fluorecente, películas usadas, máscaras de Darth Vader que sujetan inciensos de Nag Champa. A la izquierda se abre una peluquería que atiende a un señor dormido en la butaca. Pastiche, mezcolanza, acuarela de épocas, voces y locuras dentro de los bodegones o fuera de ellos, en esas callecitas de adoquines que entrelazan el laberinto y se cubren de revistas Triunfo, parachoques, reproducciones de Dalí y repuestos de autos viejos.



Pese a todo el cóctel de estilos, edades e historias, los objetos y sus transitorios dueños parecen ordenarse por acomodo. Los viejos que venden muebles finísimos (que no se dejan ir) se ubican en el ala sur. Comparten las vitrinas de opaca elegancia, refrigeradores setenteros, estantes, roperos y libreros. Hablan el idioma de lo pretérito. Recuerdan la antigua política con sus Topazes arrugadas. Se ríen de una caricatura del Almirante Merino borracho. No quitan el polvo, menos pulen: el deterioro lo aquilata todo.


En el sector contrario, conviven los que comercian tecnología, juegos de computador y artefactos que años más tarde acompañarán a los abandonados Ataris y consolas que parecen rogar atención, en un rincón-cementerio. Se congregan los amantes de lo nuevo, pasmados en cofradía con PSPs, Play Stations y simuladores. Parecen anacrónicos con el homenaje al pasado. Mueren en su duración, al hablar del futuro que se diluye más rápido aquí.



Y entre canciones perdidas, una pareja gótica que ofrece discos de Cocteau Twins en un mantel amarillo, dos abuelitos que hablan de Baudelaire mientras ella vende pipas y él exhibe tesoros militares... en esos devenires avanza la tarde en el Biobío. El templo que tributa al pasado y no deja entrar pulcros conceptos de orden, en su sinsentido cargado de vidas que no están y dejaron sus objetos como testigos para dar oxígeno a la memoria.

7 Comentarios:

A la/s 5:10 p. m., Blogger smokedeyes dijo...

Tengo muchos recuerdos de Franklin de mis tiempos universitarios perdidos y de colaboradora de diarios de fin de semana: una revista literaria de los 50 con Victoria Ocampo y Juana de Ibarborou, una "Claridad" con la mística setentera de la Fech que alcancé a saborear mientras huíamos como locos del guanaco en la Alameda de los 80, una boina apolillada y triste y el recuerdo de una tarde polvorienta y calurosa mientras me preparaba para ser grande.....

 
A la/s 8:55 p. m., Blogger Clyde Valentine dijo...

Me acordé inmediatamente de Temuco, de la casa de mi abuelo materno. Me acuerdo que cuando era niño nos llevaron a mí y a mi hermana para conocerlo. Su casa era pequeña, y por dentro habían un sin fin de los adornos, cuadros y lámparas que hay en tus fotos (claramante eran similares). También estaba ese refrigerador de los 70, que era el que más me llamaba la atención.

A veces me ponía a intrusear en sus estantes y me encontraba con pequeñas novelas de vaqueros, y cuando falleció mi abuelo, los guardé en un bolso para que no se perdieran en los recovecos del olvido...

 
A la/s 6:43 p. m., Blogger faafafa dijo...

acompañame al persa.
gracias x el comentario. fue leendo.

nos vemos en stgo :) o quien sabe donde..

 
A la/s 4:43 p. m., Blogger Unknown dijo...

lindo lindo franklin,,
se extranan ese tipo de lugares cuando se esta lejos... mal que mal son parte la poca identidad del rincon sudaca en el que fuimos a nacer ya sea por azar o inspiracion divina... perdon lo acido,, je,, lindo blog,, lindas fotos,, linda narracion...
saludos cordiales,,
os..

 
A la/s 10:25 p. m., Blogger os dijo...

La verdad... me sentí recorriendo los pasillos vagos de un sitio donde no se busca nada nuevo... o mejor dicho, se espera encontrar algo nuevo con historia...
Un atrayente temor a raíz de las lúdicas - oscuras historias que no desaparecen, sino que, se enquistan en la curiocidad de los busquillas urbanos...
Saludos
The Real Os...

 
A la/s 6:09 p. m., Blogger Udo dijo...

Creo que ir al persa Bio Bio es estar en una constante búsqueda, casi a la par con aquello que buscamos en la vida y que en algunos se parece a la felicidad, a veces llegamos a encontrarlo, otras seguimos en nuestra inalcanzable búsqueda.
Un abrazo de oso amigo.
Sal-udo.

 
A la/s 11:52 p. m., Anonymous Anónimo dijo...

que relato............
que menos esperar de tí , muy detallista casi con olor, tacto y gusto, se sienten las reales palabras , justo y preciso, hay que visitar el bio bio para conocer la "magia" del lugar , algún día iremos juntos?????


talento

 

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