martes, septiembre 30, 2008

La isla interior

Estas líneas comienzan con un buque cargado de mercaderías y vacío de esperanzas que zarpaba una noche de domingo desde el puerto de Valparaíso hacia el archipiélago de Juan Fernández. El relato termina con el mismo buque pero con otras cargas en su cubierta...


Juan Fernández siempre fue un nombre ligado a la isla que estudié en las clases de Geografía, un territorio perdido en el tiempo y tragado por las olas del Pacífico. Hoy, después de visitarlo, representa un lugar que ya conocía en mis utopías más subliminales: es el sitio que siempre con soñé, con habitantes sencillos, de mirada limpia, donde los relojes se destruyen y los temores se desvanecen con la espuma.


>> El atardecer desde el buque "Aquiles".


Llegué a Robinson Crusoe, la principal isla del archipiélago, la madrugada de un martes después de haber viajado más de 600 kilómetros de océano en un día y medio de navegación en el buque "Aquiles" de la Armada. Mi primera impresión fue enfrentarme a un cordón montañoso de verdor profundo y belleza insolente, humanizado en un pequeño caserío. En ese momento me cuestioné sobre la cordura o locura de elegir tal "lejanía" para amarrar los cabos de la vida.



Bajé al muelle y de inmediato captó mi atención alegría desbordante en el rostro curtido de sal marina que caracteriza a los isleños. Son personas dulces, y generosas, que no conocen la delincuencia ni los robos. Abren las puertas de sus casas y las ventilan sin temores. Caminan con una sonrisa por las calles y saludan a quien se les atraviese aunque no lo conozcan. Este tipo de ritos deja de manifiesto un nivel educacional del habitante medio que supera al de los continentales. De hecho, su discursiva acude a un léxico más amplio y una construcción de oraciones plagada de metáforas e imágenes poéticas que enriquece lo que dicen.


>> El buque llega y revoluciona a la Isla. Todos buscan el abastecimiento, que debe durar un mes hasta una próxima recalada.


Es el caso de don Nelson, un pescador de langostas que me encontré subiendo cuesta arriba por la ancha avenida La Pólvora. Me contó que no había viajado en 24 años al continente. No le interesaba hacerlo. Lo percibía como hostil, bullicioso y sucio. "Prefiero recorrer los cerros, nunca me aburro de mirar el mar", me confesó con una sonrisa pura y desbordante de honestidad.


>> Don Nelson cargando comida fresca para su caballo...


Personas como Nelson abundan en el poblado de Juan Bautista. La dulce Estrella, cocinera del hostal Green; Don Teodoro, productor de cangrejo dorado para clientes extranjeros; Ronaldo, presidente del sindicato de pescadores y orgulloso colonizador de la isla Alejandro Selkirk son todos ejemplos de la gran calidad humana que desarrollan quienes habitan un territorio limpio, alejado de las rudas prácticas de supervivencia del "Conti" que nos tienen embebidos en una lucha constante contra nosotros mismos y los otros.


>> Don "Checho" orgulloso en su casa construida con botellas, uno de los íconos extraños de esta isla sin corduras...


En la isla aprendí a re-mirar mi propia isla. A veces vivir a la defensiva nos hace inundar ese pequeño roquerío con tantos miedos e incertidumbres que la desconfianza brota antes de la apertura que implica el simple acto de confiar. Si no hay confianzas, ¿qué tipo de vuelo podemos emprender? ¿hasta dónde podemos mirar?


>> Lo mejor de la Isla: sus habitantes. Personas simples, claras, abiertas y generosas.


En los últimos días en ese paraíso pude subir hasta el mirador Selkirk y contemplarlo todo desde la altura. Me empapé del verde, de los helechos gigantes, los pinos y las nalcas; bebí los bordes de la isla Santa Clara, la hermosa destrucción del celeste en las rocas, el mar en una armónica danza con la tierra...

>> Cuenta la leyenda que Alejandro Selkirk, durante sus cuatro años de náufrago, subía a diario a este mirador a divisar algún buque que lo rescatara. Hoy el lugar lleva su nombre.


Dos días después el buque "Aquiles" arribó a Valparaíso, cargado de ansiosos tripulantes por arribar a la cómoda civilización de automóviles veloces, supermercados mesiánicos y duchas calientes. Y, sin embargo, no pude evitar voltear los ojos hacia el horizonte negro de la madrugada, y pensar en Juan Fernández, la isla interior, que limpió mi mirada y me devolvió una sonrisa primitiva.

3 Comentarios:

A la/s 5:54 p. m., Blogger Udo dijo...

Demasiado hermoso, "dan ganas de volver".
Sorprende la amabilidad de la gente, si bien la isla no está ubicada muy al norte, tiendo a imaginar el carácter de su gente se parece mucho a la del norte, a la de lugares algo más distantes y de geografía más hostil. Por como describes a su gente imagino los brazos abiertos de la gente del sur, siempre serviciales y con mucho amor que entregar.
Sin duda Santiago y las grandes capitales serían otras de viajar sus habitantes a lugares como estos en que, con tan imponente belleza es inevitable no mirarse hacia adentro y constatar vamos por muy mal camino.
Amigo, que estés muy bien, como siempre un gran abrazo de oso.
Sla-udo.

 
A la/s 11:26 a. m., Blogger Tristancio dijo...

Aquéllos que salen de la isla, deben sentirse como Ulises, siempre queriendo regresar a Itaca.

Y en un tiempo no muy lejano, intuyo, toda la humanidad querrá regresar a islas como Juan Fernández.

(Intuyo, también, que ya no estaremos a tiempo).

Me alegro por tu "viaje".

Abrazo.-

 
A la/s 4:32 p. m., Blogger Sonita dijo...

es un legar hermoso, las imagenes que trajiste nos enseñan una belleza inmensa. no tuve la oportunidad de ir allà cuando estuve en Chile... espero alguna vez poder hacerlo :)
tus letras, tu narrativa adorna maravillosamente el post.
un besito dulce. espero esté todo bien contigo mon ami.

 

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