lunes, noviembre 20, 2006

El hombre que redifinió el poder (para mirarlo a los ojos)


Con este posteo me siento pagando una manda con Michel Foucault. Alguna vez fue el autor piedra de mi tesis, que cuestionaba el relato que hacen los medios sobre el poder y la sexualidad.. y a pesar de que ha pasado un buen tiempo desde que el VIH acabó con su vida y su lectura siempre crítica sobre todo.. (desde arte hasta geografía), sus observaciones, a mi juicio, no pierden vigencia.
Ayer revisitaba alguno de sus textos, "El Panoptikón", que habla sobre la lógica de vigilancia constante impuesta desde los enormes focos ubicados en lo alto de las torres en las cárceles.. la sensación represora de estar siendo observado, traspolada en la culpa cristiana del "Dios está mirando".

Foucault fue quien acabó con concepciones de poder estancas que lo definían como un capital abstracto y siempre ambicionado de las clases con más capital informacional y económico, y que los postergados apelan a "tomar". Foucault se levantó contra monstruos y dragones como Gramsci y Goebbels, que situaban al poder al centro del Estado, y lo conceptualizó como una relación de fuerzas que penetra todos los tejidos sociales y relaciones, no exentas de cuotas de placer que de inmediato remiten a la sexualidad, otro de los tópicos claves del autor.
Más allá de su laaaarga teoría, sembrada en libros como "Historia de la Sexualidad", "Microfísica del Poder" o "Vigilar y Castigar", lo que siempre me intrigó de Michel Foucault fue su vida personal. En su tiempo fue un misántropo, que pese a organizar publicitados diálogos con otros intelectuales y convertir su casa en un verdadero centro de estudios, rehuía de la prensa y de los focos, receloso, casi con miedo. Incluso solía decir "no me pregunten quien soy y no me pidan que siga siendo el mismo", frente a varios intentos de biografarlo (y etiquetarlo).

De todas formas, fue muy pública su etapa de activista y su participación clave en históricas manifestaciones en París. Más privado fue su intenso gusto por el sadomasoquismo y su tortuosa relación con otra de las luminarias de la Escuela Crítica francesa, Pièrre Bourdieu. Se dice que eran adictos a la sangre, a las relaciones de humillación y castración psicológica, al travestismo y bestialismo. Muchas teorías, por supuesto, fueron alimentadas por una prensa hambrienta de morbo y de la vida privada de Foucault. Tal vez muchos quisieron confirmar las divagaciones en una enfermedad viral, asociada al Sida, que le causó la muerte en 1984.



Pienso en Foucault siempre. ¿Qué diría él sobre los debates actuales? ¿Qué teorías suscribiría? ¿Cómo definiría algunos signos, desde Mónica Lewinsky hasta las horribles fotos de Abu Ghraib? ¿O de la caída de las Torres Gemelas? ¿Qué defensa levantaría frente la constante americanización de Europa..y del mundo (ya muy destada, a la sazón de su muerte) ? A mi juicio, nunca después hubo un intelectual capaz de teorizar desde la vanguardia la complejidad de las relaciones humanas. No ha abierto la boca otro que desestructure los discursos oficiales con tal efectismo y seducción y desfachatez. Nadie más ha osado a des-interpretarlo todo con la renuncia necesaria de vanidad por entrar en las Biblias del conocimiento. Pocos como él recibieron con gusto los tomates lanzados a su cara o estetizaron en su propio cuerpo la carga de las palabras, los meros signos y sonidos, que para Foucault eran la masa con que comenzaría a construir las catedrales del nuevo conocimiento.

miércoles, noviembre 08, 2006

Foto-espejos


Un paréntesis para recordar el trabajo de Diane Arbus, una de mis fotógrafas predilectas, el lente de la identidad freak de Estados Unidos.
Por su cámara pasó toda manifestación que escapó a los códigos normativos.. hombres de 3 piernas, gigantes encogidos en un espacio no diseñado para ellos, gemelas tétricas (las mismas que usó Kurbrik en El Resplandor), identidades andróginamente inidentificables, mujeres masculinizadas hasta el borde, travestis convertidos en drag kings.
La leyenda cuenta que Arbus solía adular a modelos de apariencia burda y poco sutil, para hacer que su fealdad reluciera la máximo, con la misma ambición de la belleza. También reza la historia que la fotógrafa odiaba los espejos y solía quebrarlos con un golpe macizo de su cámara.