miércoles, diciembre 31, 2008

2008




Comencé el año abrazado de mi hermana, lanzando un despacho eufórico para Radio Cooperativa. Tal vez, con la secreta esperanza de que fuese el último y mi vida girara hacia algo distinto. Una tarotista amiga me había anticipado cambios, éxitos y desafíos nuevos. Y mientras veía las luces fulminar Valparaíso, quise dejar que mis energías fluyesen hacia esa dirección. 2007 había sido un año de alegrías y profundas tristezas, doce meses de desmotivación y ganas de cambiar. Y quise confiar en el amuleto de los años terminados en 8. Nada podría ir mal. Y, a horas de iniciar el 2009, creo que no me equivoqué.

Desde un comienzo quise vivir el año buscando instantes inolvidables. El verano de 2008 hui a La Serena para olvidarme de la radio y recargar baterías. Conocí con Lucy el Valle del Elqui. Nos emborrachamos entre las rocas gigantes del lugar, el sol que rajaba los tramos de asfalto y ensanchaba las grietas del camino. Intercambiamos secretos y consolidamos una amistad preciosa y luminosa, con sabor a aceitunas, merkén y rúcula.

Más adelante volví al trabajo y en abril di el salto y me fui a vivir solo en un pequeño bulín en Viña. Aprendí a armar mi hogar, sortear dificultades, construir un refugio y disfrutar de la soledad. Recibí a mis seres más queridos en el bulín. Celebré su inicio. Les abrí un abrazo y rearmé mis días. Vendría mi primera planta, las cuentas, el polvo y la limpieza. El sentido doméstico de la vida, que tanto había rehuido y hoy me parece tan cotidiano.

En mayo recibí a mi madre y su marido sueco, Krister, en mi pequeño espacio. Les cedí mi cama y compartimos dos semanas de vida familiar en mi diminuto hogar. Me hizo bien reencontrar a mi madre, verla sonriendo, con la mirada más clara y segura.

Pero luego mi madre volvió a partir (cada vez se hace más difícil dejarla volar!) y debí retornar a la soledad pero la adorné con cambios: después de tres años dejé la Radio Cooperativa, que se había adherido a mi piel con la corresponsalía y sus exigencias diarias.... y cambié de labores por un trabajo de RRPP en Serviu, desde donde lanzo mis sueños hoy. Ha sido un aprendizaje constante pero también he extrañado el sabor de las calles, el pulso de la noticia, la agitación de la primicia. He logrado atenuarlo en turnos de fin de semana en La Tercera.. pero..¡qué forma de extrañar la salida al aire en vivo en mi radio de los tambores!

En medio de los meses tuve amores furtivos, ilusiones y desilusiones, vuelos y aterrizajes hasta que en septiembre dejé de lado la soledad y mi sombra comenzó a proyectarse junto a otra, sin conocer direcciones ni sentidos, dejándose llevar por la proyección... Por esa época volví al gimnasio. Perdí algunos kilos y comencé a recluirme, tal vez porque tanto tiempo estuve fuera, pendiente del teléfono, del golpe, de la emergencia... Quise permanecer quieto mirando por la ventana y regresando a mis discos y al silencio.

El 21 de septiembre emprendí un viaje inolvidable al archipiélago de Juan Fernández, una aventura que me marcó profundamente. Me hizo enfrentar la soberbia y volver a lo simple, a partir de la mirada de los isleños, su felicidad precaria pero real, su sabiduría de rocas, langostas, verde y sal. En el viaje, conocí personas intensas y bellas. Luego conocí de paso Alejandro Selkirk y vivencié el desapego, el riesgo y la belleza de dejarlo todo y huir a un lugar olvidado por el mundo.

Desde entonces continué mi año a saltos entre aprendizajes y un sueño –de los grandes- cumplido: ver ¡por fin! a Madonna en vivo, en dos conciertos inolvidables el 10 y 11 de diciembre. Jamás se irá mi memoria la secuencia inicial del show, cuando su trono dio la vuelta y su imagen rubia e irreal se hacía carne y dejaba de pertenecer al espacio de las imágenes y los delirios. Después de Sticky & Sweet nada parece imposible.

2008 ha sido un año feliz. Marcó una época de cambios pequeños y grandes, de sonrisas y no muchas lágrimas. 2008 estampó tiempos de soledad, mucha lluvia y cine. 2008 fue el año en que me atreví a cerrar algunas heridas, probar los miedos y no declararme "derrotado" por no vencer algunos... (porque en este año, entre otras cosas, eliminé las palabras “derrota” y “culpa” de mi diccionario).

Este 2008 extrañé salir más con Claudia, caminar más por Valparaíso, tramar locuras y escribir poesía. Tal vez los giros fueron más rápidos y no me percaté de ellos. Sin embargo, pese a lo que no fui y no tuve, en este 2008 pude convertirme en el adulto que quise ser, hace exactamente 365 días, sin resentirme en el acto de guardar otra versión de mí en el baúl ni empacar, en el proceso, la sed de dar otros saltos y dibujar distinto mi propia versión de futuro.

viernes, diciembre 12, 2008

Madonna

"Vivir para contar" reza el nombre de una de mis canciones predilectas de Madonna. Esa consigna, que en mi cabeza siempre sonó como el eslogan imperativo de mi mayor sueño, cobró sentido la noche del 10 de diciembre de 2008, la fecha en que cerré el círculo y vi finalmente a la Ciccone en vivo.

Fue en el marco de su gira Sticky & Sweet, que promociona el disco "Hard Candy". No es precisamente mi etapa predilecta de la Reina del Pop. Sin embargo, bajo su mutación desde diosa sadomasoquista, geisha posmoderna y cowgirl electrónica hasta la boxeadora urbana de hoy, pervive la misma especie, esa mujer que devora estilos y escupe creatividad al parpadear.

La concreción de mi sueño comenzó temprano. Llegué al estadio a eso de las 8:45 con un grupo de amigos. Al interior del Nacional vi a cientos de wannabes, transformistas, madonnas de todas las eras, enfundados en cientos de estilos, algunos en poleras negras que la mostraban cogiendo el mapa de Chile con las manos. En medio de esa fauna tan diversa pero unida en un solo nombre debí esperar horas y horas bajo el inclemente sol de diciembre.



A eso de las 17:30 entramos raudos, con mis amigos, como si en ese trote se nos fuera la vida. Corrí y no despegué los ojos del inmenso escenario, flanqueado de las dos estilosas M's brillantes y la pantalla redonda en el centro... Ahí estaba todo, tal cual, como tantas veces vi en fotografías, en videos de youtube y en mis propios sueños.



Y me dediqué a esperar las últimas horas, minutos y segundos de un sueño que contuve por 20 años. En esos eternos y, a la vez veloces momentos, pasó tanto por mi cabeza: las letras musicales, las imágenes, los conciertos, las revistas, los videos....Todo se resumió en esa previa, acompañada de luna llena y un atardecer violeta sobre Santiago y sus montañas.



Recordé tanto. Más que a Madonna, a una imagen de mí mismo con esa banda sonora continua musicalizándolo todo. Vi a mi hermana Claudia vestida de Madonna kitsch, con trapos en la cabeza, encajes y colgajos... yo a un lado, cumpliendo el infantil ritual de jugar a ser su bailarín, de corear con ella "Dress you Up", de pasarle el micrófono... Luego, me vi prendado a sus primeros conciertos y pensando lo atrevida que era por usar corpiños y transgredirlo todo.

Visualicé mi primer disco de ella, Immaculate Collection, o cuando gané Erotica en un concurso de tv. Pasó por mi memoria el chico que recortaba los diarios, que robaba furtivamente los artículos en las revistas de peluquerías, el adolescente que se enamoró escuchando Something To Remember, la pérdida de mi padre, a los 17, cuando la banda sonora de Evita era dueña de mis parlantes (desde entonces, pocas veces he querido revisitarla), el Manuel de 18 años, que decidió transformar Ray of Light en su álbum-himno de libertad. Lo vi todo. Sólo pudo despertarme la noche y los gritos de anticipación con los primeros destellos de luz quemando el escenario.



Finalmente a eso de las 21:40 comenzó el show. Las pantallas enormes se encendieron y mostraron esa fábrica de dulces que tantas veces dibujé a partir de los videos...tras la secuencia, apareció ella, vestida de dominatrix, sonriendo, muy rubia y muy menuda y bella -tal como la imaginé- entonando los primeros acordes de "Candy Shop": see which flavour you like and I'll have it for you..En ese momento todo se cristalizó. Cada vez estuvo más cerca, hasta llegar sólo a centímetros de mí... así, el rostro y el cuerpo que siempre vi, tantas miles de veces, se redefinió en tres dimensiones. El gesto cobró matices. El cuerpo mostraba sudor real. La voz venía de cerca. Su olor a flores impregnaba el ambiente. El mito se volvió humano y bajó del Olimpo para volverse verdadero.



En dos horas, convertidas en minutos, Madonna desembolsó 19 canciones, bailó sin mostrar un ápice de agotamiento, deslumbró y brilló como está acostumbrada a hacerlo. Culminó el concierto y una sensación de sueño suspendido, de retorno feroz y abrupto a la realidad me invadió. En las pantallas se leía "Game Over" y ya estaba todo escrito en el libro de los sueños imposibles, el relato que empecé a escribir a eso de los 5 años, cuando una chica vestida de novia virginal sacudía los esquemas y mi vida comenzaba a trazarse al pulso de su magia.