jueves, abril 26, 2007

La resonancia del silencio

Sumido en la anhedonia, esa palabra que tanto nos gusta con Claudia, se vuelven pesados los días, incluso los aletargados pasos de la mañana. El bostezo inicial, justo cuando el reloj irrumpe con el primer noticiero, parece ser el tono de lo que vendrá.

Luego seguir en función de autómata la misma rutina y caminar de memoria hacia la tierra de "Todo conocido": Las calles y el mismo color del cielo, los mismos gestos, los mismos ruidos, los ritmos y pausas de los cotidianos (colegas, amigos, entrevistados, la familia).

Aún las grietas son predecibles. Por mucho que haya variaciones, pequeñas sorpresas, diminutas emanaciones, pronto formarán parte del bolo alimenticio ya digerido...

¿Cómo escapar?, ¿cómo evadir?



Pese a que este blog me permite saltar libre de las hojas, arrojar lejos el lápiz y no encandilarme con las calles, estoy padeciendo un esclavizante apetito de cambio.

Una vibración de pequeños temblores en el estómago, que no me deja ser libre. Un susurro que me tienta a desvestirme de esta identidad y arrojar la ropa de siempre. Un diminuto guiño del reverbero que me seduce a vencer la abulia y seguir dando los pasos..

Tal vez, la sensación de una metamorfosis latente sea la que me empuja a dejar la cama tibia, ponerme dispuesto el personaje para partir raudo al círculo, porque de alguna forma sé que llegará un punto en que lo haré añicos con un paso al costado y los ojos limpios. Hoy "educo la voluntad", aunque cada vez me es más difícil adiestrar mis sueños.


(Fotografías: Francisco Cannobio)

martes, abril 17, 2007

Adiós al Riquet

Todos -o la mayoría- de los porteños guardamos algún recuerdo forjado al interior del café Riquet. Cierta vez nos llevaron de niños a comer los típicos pasteles de lúcuma y merengue, junto con una leche caliente. Más grandes, concluimos en una de sus mesas una sobria celebración de cumpleaños o la buena nota de fin de año... O, simplemente, en algún invierno, nos refugiamos ahí de la lluvia o la brisa fría al calor de un café espumoso, salido de las nobles jarras que por más de 60 años han llevado hasta sus mesas los mismos garzones con su parsimonia y la nostalgia incrustadas.

Este rinconcito comenzó a existir por allá por 1931, cuando lo instalaron los inmigrantes alemanes Guillerno Splatz y Alberto Lüdemann para recrear a Europa "en otra ciudad y en otro país, sin las molestias del viaje, donde mujeres en impecables cofias y elegantes mozos, se movían ágilmente entre las mesas de roble", como rememoran las páginas dedicadas por Agustín Squella al mítico salón de té.

Hoy, a 66 años de la primera taza servida y después de guardar los ecos perdidos de Lukas, Carlos León, Neruda, Allende e incluso Pinochet, el café comienza a despedirse. El bello edificio Art Nouveau donde se encuentra fue vendido en 750 millones de pesos (como si eso valiera el patrimonio intangible !) a una inmobiliaria que lo refaccionará para convertirlo en un hotel boutique. Es decir, una de esas hospederías de ambiente familiar que en los últimos años han plastificado los cerros Alegre y Concepción de Valparaíso.

Con el simbólico certificado de defunción en mano, estas últimas semanas he aprovechado como nunca de ir al Riquet. He vuelto a instalarme en sus mesas gastadas, a pedir un espumoso cortado en esas teteras y cremeros enormes que prolongan la experiencia hasta en tres o más tazas. He vuelto a contemplar los decomurales descascarados, los viejos garzones que evocan de memoria la misma sugerencia de media mañana, la máquina de escribir que acumula polvo en la vitrina; las cucharitas de té que en sus diminutos golpes crean su propia y ligera música; las lámparas que han alumbrado las conversadas letanías de generaciones, en su registro de luces sin memoria.

Desde el café he encontrado un breve refugio para observar al Valparaíso de siempre que se cae a pedazos con trozos de mi historia personal y cede al lugar de moda, al templo snob de los que buscan una casa en los cerros para rehuir de los peores fantasmas del "nuevo rico", de los empresarios turísticos que masacran al puerto por dentro de las fachadas para convertirlo en otra Viña. El puerto de las autoridades incompetentes que lo resuelven todo por oficios y palabras de buena crianza lanzadas desde un escritorio... mientras en la calle apagan las luces para siempre el Riquet, la vieja peluquería Cubanita, el anticuario Lagazio y otros tantos lugares que poco a poco evocamos más por los libros que por su presencia en nuestros propios mapas simbólicos.

lunes, abril 09, 2007

Epidermis


Desde una hondura a otra
Por medio del traspié
Hacia la masa
Directo a la carne
En sacra dirección a la osatura
Yo quisiera alabar y profanar
En un acto
Ensuciar de bendiciones a la partera
Colmarla de sangre aguardiente
Hacerla sentir diosa en el lodazal
Porque tal vez estuve muy expuesto a los abismos
Fui violentado con muecas,
me hicieron sentir torpe, burdo
Ésta es mi represalia
Lo inmanente y lo sádico
Yo lo viví en mi cerco, tú en el tuyo
Confundamos la memoria con porquería
Sólo filtra las gotas que no quiero absorber
No en esta sombra
Tal vez luego de los roqueríos
Que son mis palabras.