domingo, agosto 31, 2008

Los viejos negocios

Adoro entrar a los negocios antiguos que permanecen incólumes. Resisten el paso del tiempo en las esquinas, en medio de los pueblitos, o incluso escondidos en los barrios más discretos de las grandes ciudades. Me encanta comprar en ellos, encontrarme con productos extintos, someterme a la atmósfera pausada que los mece y dejar atrás -aunque sea por minutos- la extenuante rapidez de las calles.


Los negocitos pequeños sobreviven a los giros del mundo junto con sus locatarios. Si caracterizáramos a este personaje, de seguro se trataría de un anciano que se levanta al alba a descorrer la antigua cortina metálica para luego prender la radio y esperar a sus parroquianos de años. "Don Pedro" o "Don Juan" probablemente lo saluden, mientras él se dedica a vender sus productos, envolverlos en papel craft, anudarlos con cordón de pita, anotar en una confusa lista algún pedido "fiado" y luego seguir la cadencia...




Con algunos de estos locatarios sumergidos dentro de sus comercios en extinción me encontré en un reciente viaje al interior de la región. Recorrí pueblos como Putaendo o Calle Larga y me dediqué a fotografiar los negocios, con sus letreros añosos y singulares; poéticos y dignos frente a la arrolladora proliferación de supermercados que lo han uniformado todo.


En el puerto, allá por 2003 -en plena declaratoria de "Patrimonio de la Humanidad"- la agrupación "Ciudadanos por Valparaíso" agrupó a cien de estos locales tradicionales en una lista que forma parte de la campaña "Lugar Valioso". Con adhesivos publicitarios se invitó los porteños a privilegiarlos para contribuir así a su supervivencia. A cinco años de la campaña, 25% de estos comercios han desaparecido. Los porteños, al parecer, no escucharon.


El arribo de los grandes supermercados, la seductora eslavitud del mall y la tarjeta de crédito parecen aniquiliar, sin retorno, la permanencia de los pequeños bazares, farmacias de barrio, pequeterías, sombrerías y ferreterías. Por ahora, sólo queda disfrutar cómo su exquisita e insolente presencia colisiona con la avidez del concreto y sobrevive hermosamente su dignidad de años, historias y secretos.