martes, octubre 30, 2007

¿Tú hablas periodístico?


Lo siguiente no debería sorprenderme. Soy un habitual lector de diarios, telespectador de noticias, auditor de Radio Cooperativa (lo siento, pero no hay otra como alma máter). También soy periodista y -a diario- escribo notas, reportajes, entrevistas, síntesis y boletines. Sin embargo, no me acostumbro aún a esa mentada búsqueda que tenemos los redactores de crear una discursiva lejana al habla cotidiana, a la comprensión de la noticia en su integridad. Disfrazamos el relato de códigos, lógicas y palabras que muy poco se relacionan al diálogo real, en un extraño afán quizás academicista, purista al extremo o, meramente, encaprichado, por utilizar lugares comunes, palabras rebuscadas, léxicos pretenciosos. Resulta así un método facilista para armar una nota con un manual de cortapalos irreflexivo, preconcebido en la pereza.
Recuerdo aún un titular de "El Mercurio" que aludía a los "adláteres" de Lavín, o cuando TVN hablaba del colapso de los "nosocomios". También, reiteradamente, escucho y leo sobre "occisos", "sujetos", "individuos", "dantescos, voraces incendios.. o de proporciones", "heridos de diversa consideración", "el saldo del accidente", ... o extranjerismos como "balotage", "lobby", "bullying", "mobbing", "bashing". Esto no quiere decir que debamos limitarnos a la corrección sin estilo, pero con algo de contextualización un texto periodístico podría ser algo más armónico con los discursos cotidianos.
De pronto, es fácil recurrir a estas frases hechas, nociones de moda para armar rápido una nota. No obstante, a la larga, ¿de qué forma contribuyen a que el periodismo cumpla con su mandato natural de informar comprensible y cabalmente?.... ¿o simplemente debemos resignarnos a hablar en periodístico, a riesgo de convertirnos en relatores anquilosados?

sábado, octubre 20, 2007

El país de los disfraces


No sólo los dogmas religiosos, sexuales o las anquilosadas prácticas dictadas por la "moral y las buenas costumbres" parecen encadenar a esta sociedad en trampas inexcusablemente históricas y, a la vez, cotidianas. En este país estamos plagados de absurdos rituales que, a lo largo del año, cobran sentido como si fuesen espontáneos y placenteros. Un ejemplo ideal es la parada militar con la brutal combinación de sus disfrazados anfitriones: la omnipresente iglesia, el irrestricto respeto a las Fuerza Armadas (pese a la torcida historia que las antecede) y la constante evocación folclórica de los huasos patrones de fundo. Sobre ello,s el poder civil resumido en la presidenta parece legitimarlo todo.



Todo habla de un Chile con grilletes morales, entronización de las armas, evocación a la cultura servil impuesta por el latifundista, en prácticas tan habituales como la persignación y la creencia acrítica e incuestionable en Dios, la "garantía" de sentirnos protegidos, al amparo de un grupo de soldados (alabados en las bandas de colegios y la marcialidad de la estética callejera) o la idea de que los huasos con sus lógicas de dominio y arribismo exacerbado nos representan.



En suma, vivimos en un país de personajes disfrazados. Cada uno desde su cuota de poder. Desde la presidenta y su banda tricolor -que alude a un iluso poder popular- se despliegan los demás: los curas pontificando sobre los límites para nuestras libertades, instalan campos minados sobre el fuero interno, en sus citas a las falacias de la biblia y un disimulado mercantilismo de la sotana. Los militares desenfundan sus armas para mantenernos cautivos de un miedo heredado en la sangre, evocan en su aliento de pólvora la subordinación a un historial de muerte y crueldad. Los huasos, pro su parte, representan todo lo que, sin tanta parafernalia somos: peones de fundo con avidez de patrones, a medio camino entre arribistas y atemorizados por los propios demonios que, a lo largo de la historia, nos hemos creado.

No todo lo que brilla es sexo

La modernidad, con su ¿cumplida? promesa lógica de haber superado los supuestos y trances dictados por la tradición, nos llena de supuestos cotidianos a los que estamos "voluntariamente obligados" a asentir, como si fuesen mandamientos civilizados. El sexo es inequívocamente uno de ellos. Ya lo leía en el blog de mi estimada colega Madelaine, no hay otra practica social más sobreestimada que hablar de sexo, compelirnos a gozarlo, consumirlo a destajo en los esquemas publicitarios o la industria del entretenimiento y, luego, hacerlo eco en nuestra intimidad.



Todo habla de sexo (que freudiano!). Como si fuese la única energía primitiva que nos mueve -y, de paso, hace girar el mundo. Es la mejor treta comercial imaginada por la moda, el afiche de la cerveza, la canción que pega en la radio, la película hollywoodense del momento, la conversación cotidiana con los amigos. Parece no haber otro tema, si alguien no evoca algún chiste, consejo, vivencia, consejo, drama o recuerdo de origen sexual.



No soy en abosluto un moralista, también bebo de las aguas que aquí critico, pero me parece que exacerbar el sexo, como el depositario de todo lo que somos como humanos, es la opción de transitar, en constantes retornos, por el costado más animal, instintivo y básico de los que vivimos, como si no exisitera otra componente, otras energías, pasiones o motores. Finalmente, al optar hipnóticamente sólo por el sexo como temática transversal, se vuelve sobrevalorado y hasta tedioso, transportado al ruedo donde veraderamente cobra sentido: el íntimo. De ahí nacen no sólo los recompensados logros escénicos, también se ponen en juego las mayores frustraciones que hacen agua el autoestima y cargan a cuestas un historial de imaginarios distorsionados, en relación con la dictadura de los cánones normativos. Esto no quita que el sexo sea estéticamente hermoso y sublime, pero no seamos reduccionistas: hay mucho más por vivir y hacer que darnos como conejos autómatas.

(Fotos: Steven Meisel, del libro "Sex" de Madonna)

lunes, octubre 08, 2007

Pastillas para dormir


La exposición continua al dolor acostumbra la piel a umbrales cada vez más altos. Como si se tratara de una valla que nos desafía a experiencias más extremas a medida de que la vida y sus caudales de piedra fluyen y arrasan con todo. Este principio me asusta en las circunstancias de mi trabajo. Al principio, un accidente de tránsito, con muertos y heridos desangrándose, me desgarraban emocionalmente. Llegaba a mi casa acongojado, con el recuerdo de mis propias pérdidas, la conciencia de ese dolor que punza y desarma de una sola vez. La tristeza que convierte a los ojos en telones pesados y bruscos que caen sin aviso alguno sobre el rostro y la memoria.


Sin embargo, hoy un accidente es una noticia fría, que sirve mejor si involucra más costos de vida, más sangre, tragedia y dolor a raudales. Lo mismo sucede con un homicidio, una violación, un incendio. Se me han vuelto historias ajenas, lejanas, no factuales. Pura ficción convertida en noticia anestesiada por el lápiz y la voz. Insisto: la exposición al dolor acostumbra. Los quiebres amorosos de los 16 ó los 20 no son los mismos de los 28, 35 ó 40. Otras transacciones entran en juego, viejas armaduras sirven de utilidad. El dolor es mecanismo de advertencia.


En suma, las experiencias enseñan, la empiria se materializa y la piel se curte más y más gruesa...afortunadamente (sino seríamos un saco roto de experiencias, destinados al sufrimiento). Sin embargo, la resilencia (esa mentada capacidad de soportar el dolor constante y usarlo a nuestro favor) también nos hace tan abstraídos a realidades cotidianas que sí debieran sorprendernos y golpearnos. ¿Hay algo más inhumano que un vagabundo muriendo de frío en la madrugada, porque las hojas del diario no fueron suficiente para capear las heladas de la noche? ¿hay una escena más triste que la de un niño hambriento pidiendo un par de monedas para comprar un pan o cualquier cosa que lo aparte de la inanición? ¿Hay algo más desalentador que la cotidiana pobreza de todo tipo...material, mental y humana? ¿Cómo no adormecernos bajo la obtusa lógica de la autodefensa creada a partir de los latigazos de la condición humana, a la que refiere Hannah Arendt?


Pareciera ser que el mismo hecho de vivir fuese un constante agotamiento de la capacidad de mantener viva la inocencia, el asombro, la sed por la sopresa, la vitalidad de los ojos frescos. Es como si, de alguna forma, la vida misma nos diera paulatinas pastillas para dormir para resistirla en sus bordes más ásperos.