lunes, junio 30, 2008

Hasta siempre, Cooperativa


Los últimos días de junio han sido tiempo de revoluciones, de "pequeños terremotos" como diría Tori Amos en una canción igualmente sísmica. Por estas jornadas de sol frío una inusitada oferta laboral me obligó a dejar dos años de mi vida atrás y cerrar la etapa de corresponsal de Radio Cooperativa para dedicarme a caminar por otros senderos. Un nuevo trabajo más estable, con horario "humano" y mejores perspectivas futuras me motivó a dar el paso... Y así, de golpe, se acabarán mis tardes anacrónicas, mis noches de sobresaltos, mis despachos "para la señora de Arica", mi micrófono blanco, mi voz repetida en parlantes (que nunca quise escuchar), mis caminatas erráticas por las calles de Valparaíso....


De pronto queda atrás tanto.. los accidentes, incendios, formalizaciones, juicios, controles de detención, marchas, derrames, crímenes, Esmeraldas, años nuevos, semanas santas, y junto con ello, mis amigos reporteros, y esa familia de voces que se repetía al otro lado del teléfono desde la radio, en Santiago.

Queda atrás mi vida libre, y virtualmente comandada por un jefe al que apenas conocí. En el pasado permanecen las luchas diarias por encontrar temas para despachar, la lucha inicial por la aceptación entre otros periodistas, el lento proceso de confiar en mi voz, de mirar de frente, de cerrar los círculos.

Y pese a tantos desencuentros y aciertos, la radio de los tambores quedará grabada en mi historia, más allá de la voz que repetía dos veces la hora en la mañana o alarmaba mi infancia con sus estridencias. Será ahora la emisora que habrá acompañado mis días de pequeño adulto, mis 20 y tantos llenos de ansiedad, los tiempos en que he sido más libre que nunca, y he aprendido -con lecciones a cuestas- el alcance de mis límites.

Ahora el diario de Cooperativa dejó de llamar...

domingo, junio 29, 2008

Carmen apagó su micrófono para siempre


Recuerdo a Carmen Corena enfundada en un traje plateado, con un echarpe encima.. Corría un frío marzo de 2001. Entramos al Cinzano con un grupo de amigos y al fondo, muy absorta en su rol, Carmen Corena cantaba un tango. Entre las bocanadas de humo, las conversaciones estridentes, los vasos que chocaban, las risas desparramadas en el aire, ella alzaba su registro ronca para recrear el desamor, los disfraces del pasado, la desesperanza, las ilusiones rotas. La artista detrás de sus lentes, delante de su banda de músicos de oficio, vestidos con trajes que comenzaban a quedar cortos, corbatines que pugnaban por reventar en el cuello, viejos acordeones con resortes que resistían, cabellos perfectamente engominados, perfumes que enfrentaban el olor de la noche.

Carmen era la reina y su micrófono se alzaba como un báculo que la confirmaba.... mis amigos aplaudieron con fervor y lo mismo repetimos todos los parroquianos.

Esa misma escena la viví hace poco. Fuimos al Cinzano con mis compañeros de trabajo en Radio Cooperativa. Habíamos organizado antes una reunión de pauta para la cobertura especial del 21 de mayo y después del trabajo y las coordinaciones, fuimos al bar, a embriagarnos del puerto.
Y ahí, entre los ojos sedientos de nostalgia, apareció Carmen. Pidió silencio para abrir la voz y, sin siquiera levantar la mirada, volcó a su favor la atención. Cantó, luego, un par de baladas que se desangraban entre su registro herido de cigarillos y de tiempo. Bella Carmen con su arte a flor de piel que partió para siempre, en silencio, casi no molestando, mientras la música de Valparaíso llora ausencias en su nombre.