lunes, febrero 09, 2009

La cocina de Lucy Lu


Mi amiga Lucy Lu es feliz en su pequeña y vivificante cocina. Desparrama sonrisas y hojitas de perejil, mientras coge zapallos, ajos, cebollas, tomates y comienza a crear, hervir ideas, macerar originalidad, armar y desarmar en su exquisito don de invención culinaria.



Lucy aprendió a cocinar tarde. Cuando sus padres se habían acostumbrado al sofá mullido, a escuchar la radio Beethoven y recordar el boato de su casa, que aún sobrevive en un pueblo minero del sur. Ahí creció mi amiga. Miraba a los tiznados obreros del carbón desde lejos mientras vestía a sus muñecas con trapos rotos, las cargaba en los brazos jugando a ser la modesta pobladora que esperaba la micro. Realidad lejana pero seductora para la niña risueña y tímida, que corría con su vestidito por la amplia cocina de su infancia.



Hoy Lucy se deshizo de los lujos simbólicos, pero conserva intactos los bellos juegos de porcelana, las teteras árabes, los finos cubiertos de antaño, la grasa de la India, los recuerdos de los viajes. Están todos en su cocina. En ese rincón rectangular mi querida amiga vuelve a brillar. Sonríe con más amplitud. Cuando se desparrama generosa es más plena que nunca.


Lucy no puede cocinar si no es con una copa de vino o un vaso de vodka. La revitaliza el "traguito" que compartimos. Su gata Cleopatra se oye a lo lejos con su pequeño cancerbero. La radio Beethoven (y la de canciones italianas) sigue encendida, y Lucy registra sus cajones. Coge lo que encuentra, lo lanza a una olla que hierve con fuerza. Lucy tritura cilantro. Con la otra mano abre un sobrecito de romero. Se transforma en una brujita que calibra sus pócimas. No se detiene hasta que me pide poner la mesa, con el rigor que conoció de niña: tenedor a la izquierda sobre la servilleta rectangular. Cuchillo y cuchara a la derecha. El aceite en frente, el merkén y el salero y pimentero que compró en Delhi.


Ella llega con los platos. Tomates rellenos de una exquisita crema van de entrada. Esperan tallarines al pesto. Fruta de postre. En el invierno es el Beuf au vin, el ají de gallina, el risotto de almejas, lo que sea. Lucy crea y es feliz. Sólo espera un guiño a su creatividad. Un gemido del paladar frente al plato es la mejor retribución a su alma generosa. Adora la mesa con historias derivadas de su pasado seductor. Las risas caen y se prolongan a la sobremesa. Mi amiga es la persona más feliz que conozco. Cuánto me gustaría "cocinar" la vida con su optimismo, con sus sonrisas permanentes que se fríen sin otro aceite que su exquisita vitalidad.