sábado, diciembre 22, 2007

Las antiguas navidades


De niño solía esperar la navidad, con anticipación, desde el primer día de diciembre, cuando sacábamos las cajas del árbol y la decoración del fondo del cuarto. Nos reencontrábamos con los adornos antiguos, como los ángeles de yeso, las bolitas olvidadas, las luces que ya no funcionaban y el pesebre que cada vez se trizaba más. Mi padre se afanaba en disponerlo todo armónicamente, musicalizar con villancicos y comprar decenas de pan de pescua y chocolates.

Recuerdo bien que mi rito era tarjar el calendario y contar los días. Por ahí por el 10 del último mes del año, elaboraba una detallada carta con peticiones al misterioso viejo pascuero. Se la entregaba esperanzado a mi papá-emisario y esperaba (de seguro, viendo los monitos de entonces, como "Juanito Escarcha" y "Eveneezer Scrooge") con la clara estrategia de destacar en sendos párrafos mis logros del año y mitigar mis traspiés. Mi papá se reía de su -entonces- calculador retoño (lo de periodista vendría después).



El día 24, mi padre, mis dos hermanas y yo, organizábamos desde temprano la cena. Él cocinaba una exquisita carne con trozos de verduras. Sacábamos el mejor mantel, los cubiertos especiales. Nos vestíamos para la ocasión y comenzábamos ese ritual de querernos a través de los minutos. Al rato, él hacía un ademán de ir a buscar algo. Ahí aprovechaba de abrir la ventana de su pieza, situar los juguetes sobre la cama y volver. Minutos después de las 12, decía, con una actuada extrañeza: "hay ruidos en la pieza". Yo, sumergido en la ilusión, corría hacia la puerta, la abría y gritaba eufórico por mis regalos, mis ansiados trofeos soñados por meses.

La "treta" de mi padre quedó al descubierto en una navidad en la que ya me había enterado de la prosaica realidad de las cosas, a través de mis compañeros de curso y mis intuiciones más afinadas. Sin embargo, para no estropear la fiesta, fingía que seguía creyendo. Fue así cómo desenmascaré a mi propio viejo pascuero, endeudándose hasta donde su sueldo no alcanzaba, corriendo contra las horas, distrayéndonos de sí mismo, esmerándose por conservarnos dentro de un dibujo de bellas ilusiones, mientras su mundo se caía a pedazos de soledad y obligaciones.


Las últimas navidades con mi padre, la fantasía del viejo pascuero se había esfumado, no así su tenacidad por hacerlo todo ideal. Recuerdo bien que el 24 de diciembre de 1996, hace más de diez años, lo preparó todo mejor que nunca. Preparó la cena más exquisita. Nos repletó de regalos y sorpresas, como anticipándose a una despedida del ritual, que jamás fue igual desde que no estuvo. Hoy se ha convertido en uno de esos días en que más lo recuerdo, con su sonrisa triste, sus ansias de niño, su vigor por no dejarnos al arbitrio de sus tempestades. Con el tiempo, mi descrédito de las magias y los dioses, con mi desarraigo del sistema y sus dogmatismos de consumo, obnubilación y frenesíes, el 24 de diciembre sólo aprovecho de acercarme a mis seres queridos, mi familia y mis amigos y expresarles en un abrazo mi infinita gratitud. También es el día en que tomo una pausa y lo recuerdo a él, con su lúdico afán de hacerlo todo perfecto y bello. Su frenética búsqueda por conservar a sus hijos incólumes dentro del jardín secreto.

lunes, diciembre 17, 2007

Letra muerta


Por lo menos cinco cumbres de paz han convocado a los líderes israelíes y palestinos para buscar la forma de lograr el tan ansiado fin a las hostilidades en Medio Oriente. Las mismas veces, con kefias, kipás o indumentarias occidentalizadas, se han estrechado las manos y han posado sonrientes para las cámaras fotográficas de todo el orbe. Han prometido paz a raudales y, con sendos espaldarazos, han intentado borrar de un gesto y una firma tanta sangre y dolor derramados. Sin embargo, con el correr de los días, los ataques masivos de uno y otro bando asfixian cualquier aspiración de armisticio. En definitiva, los actos aniquilan las letras, rúbricas y consignas de buena voluntad. Todo vuelve a cero.



El primero de los grandes "acuerdos" fue el de Camp David, en 1978. Por ese tiempo, el presidente egipcio Aswar El-Sadat y el premier israelí Menachem Begin negociaron la paz con la mediación del Presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter. Este tratado sí surtió un efecto inmediato para los involucrados, pero se transformó en una especie de "maldición de origen" constante para los acuerdos (o intentos) venideros.



Luego en 1991 la conferencia de paz de Madrid relanzó las negociaciones, no sólo entre Israel y Palestina, sino que también involucró a Egipto, Siria y Líbano, con la intención de anteponer la paz como un principio negociador y estratégico. A los días, un ataque de autobomba acababa con la vida de decenas de palestinos, quienes lo reivindicaron con un símil en territorio israelí.



La paz no prosperó y retocedió de sus propios mínimos. Los conflictos continuaron su escalada, en el contexto de la primera Intifada. Con ello, se consagró la idea de una guerra abierta, sin leyes ni lógicas, que sólo se amonioró en 1993. En ese año "se relanzó la paz" con los Acuerdos de Oslo. El gran avance de esta reunión-especialmente para un Yasser Arafat que se cristalizaba en el poder- fue el reconocimiento de que los palestinos existían por parte de los israelíes. Pasaron de ser la casi etérea OLP a la Autoridad Nacional Palestina. Además, se comenzó a hablar tímidamente de un Estado para los árabes... pero de capitales ni pensar. En lo práctico (simbólico, para mi gusto) se devolvió el control de algunos territorios y asentamientos de Cisjordania para los palestinos, sin embargo, los israelíes seguían ejerciendo soberanía sobre las carreteras, dejando grandes bolsas de poblaciones árabes incomunicadas.




Y luego vendrían otras cumbres. En 2000, nuevamente Camp David escenificaría las señales políticamente correctas, pero al año comenzaría la segunda Intifada, con otra ola de masacres y pólvora a cuestas. Luego en 2005, el balneario de Sharm El Sheij, en Egipto, pareció consolidar la paz, en el contexto de diálogo entre dos líderes relativamente "abiertos": Mahmoud Abbas y Ariel Sharon (esto es discutible, en el último caso). No obstante, transcurridos sólo meses -y con el plan de desconexión de Gaza en marcha- Sharon sufrió una aguda descompensación que aún lo mantiene al borde de la muerte. En su reemplazo, Ehud Olmert volvió a la política intransigente de Benjamín Netanyahu. En la otra vererda, el movimiento radical Hamas desplazó en la mayoría a los moderados de Al Fatah, con lo cual Palestina pierde parte del respaldo europeo y el piso político de Abbas se vuelve incierto, aún hasta hoy. A un tris de la calma, el puzzle regresó a su caos original.


En Annapolis, hace sólo días, los líderes volvieron a estrecharse las manos. Esta vez, los protagonistas fueron Abbas y un sonriente Olmert. A las horas, un autobomba quitó la vida a 12 personas en Jerusalén. Más tarde, una represalía vengó esas muertes con una veintena de palestinos muertos en la Franja de Gaza y Cisjordania. Si hubiese que medir los litros de sangre versus los de tinta vertidos parta dibujar este conflicto, no sería difícil imaginar el color final de ese mapa de Israel-Palestina o como se llame esa tierra condenada a un espiral de represalias, reivindicaciones, promesas incumplidas y cadáveres sin nombre. Bajo todo ello, persisten tomos y tomos de una enciclopedia escrita con letra muerta. Páginas sólo leídas por las cámaras y los lentes de los medios, como tregua al sinsabor de una guerra que parece haber prevalecido sobre "las justas razones", esgrimidas como palos de ciego.

domingo, diciembre 09, 2007

El negociado de la nostalgia

Desde hace algunos años, los porteños hemos sido sumergidos en esa sensación de que Valparaíso está ad portas de un cambio "de verdad". No uno de esos maquillajes gatopardescos, como la construcción del Congreso, en la dictadura; o la obra de los "ejes transversales" de Frei o la reinvención productiva de la ciudad, en el gobierno de Lagos.... o tantos otros que buscaban insuflarle vida (y electorado-afín, vaya que no!) a este puerto siempre tributario a su nostalgia.


Nos hablan del "ultra moderno y equipado" Mall Plaza (arriba, en la foto), del "flamante" centro cultural Niemeyer en la ex cárcel (en el plano, abajo), del "deslumbrante" Fórum de las Culturas, de los "cuantiosos" proyectos BID, del Bicentenario y tantos otros. Según reza la partitura comunicacional del Estado, "se producirá un desmontaje de la ciudad-puerto conocida hasta ahora".



Yo no comparto esos optimismos. No creo en esas revoluciones de modernidad rampante, que parecen arrojar su fórmula de futuro sobre porteños impertérritos. Ciudadanos de pie que apenas piensan en cómo llegar a fin de mes o qué (no) deben comprar en el supermercado. Les ofrecen, como liquidando "felicidad", un mall en el sector Barón, una calle a lo "Alonso de Córdova" en la actual Serrano. Apelan al arribismo para camuflar la especulación de los terrenos del borde costero y otros tantos. De paso, cierran negocios millonarios a espaldas de los mismos pobres que firmarán su condena de deudas con una tarjeta de crédito. Hipotecan su vida con tal de ser "dignos" de entrar al círculo.



Por otra parte, tampoco le compro el discurso a los que profesan su devoción por el "patrimonio". Cada uno ocupa sus trincheras como le parezca. Algunos de los férreos defensores del Valparaíso antiguo son infalibles y camuflados agentes inmobiliarios que se han devanado los sesos buscando hasta la última casa vieja con vista panorámica con tal de tranformarla en un grupo de rentables lofts para universitarios hippies; o un caserón de calamina devenido en hotel boutique para gringos sedientos del tercer mundo; u otra casita convertida en bistrôt, restobar o café de moda.



No es que esté en contra del progreso de la ciudad. Soy uno de muchos que disfruta parte de los efectos de este desaguisado. Lo que me violenta es cómo se enhebran las expectativas de cambio a las condiciones reales de subsistencia de los porteños. Cómo montan un aparataje aspiracional de un Valparaíso parecido cada vez más a Viña del Mar. Es decir, una ciudad de utilería, construida como reducto de turismo plástico, sin una urbanización coherente con sus perspectivas históricas. Es cierto, el turismo es el futuro para una urbe que ha jibarizado hasta lo casi inservible a su puerto; pero convengamos: ¿no hay, acaso, ciertos mínimos que solucionar, como la miseria evidenciada desde los cerros? ¿No se podría trabajar directamente sobre esos requerimientos, en vez de transformar a las casas viejas en espectáculo viviente para un par de jubilados europeos que les sacan fotos como a posadas africanas?

sábado, diciembre 01, 2007

El buque de los asesinos anónimos


Esta semana la Corte de Apelaciones de Valparaíso dictó el primer fallo en contra de seis ex oficiales de la Armada, por la "desaparición" (eufemismo de asesinato, impulsado por la absurda Ley de Amnistía) del ex regidor de Limache Jaime Aldoney -en la foto, abajo-. Pese a que la Corte resolvió condenas vergonzosamente bajas (hasta 4 años, con libertad vigilada para funcionarios ancianos que no harían otra cosa que estar encerrados en sus casas), los oficiales en retiro ya anunciaron su apelación, basados sobre la amensia que parece corroer la política de la verdad en torno a los brutales asesinatos, amparados en el progreso de la dictadura. Con ese propósito, Jaime Aldoney fue tomado prisionero, torturado y asesinado. No contentos con eso, enterraron su cuerpo, lo exhumaron y luego lo arrojaron cobardemente al mar.



Mientras eso sucede, la jueza Eliana Quezada continúa, tal vez con temor, la investigación sobre otro crimen perpetrado por la Armada: el asesinato del sacerdote inglés Miguel Woodward (abajo, en la foto). La magistrada ha sido amenazada de muerte, a través de llamadas telefónicas que la emplazan a no seguir indagando. Sin embargo, con protección policial, la jueza de los ojos tristes, ha ordenado excavaciones, ha solicitado documentos a la Armada, sin que el alto mando responda a sus requerimientos. La marina argumenta que los documentos fueron quemados durante el período del Almirante José Toribio Merino. Actualmente, la familia pide las actas de incineración, sin que la institución responda.



Hoy parece haber una ridícula amensia. Nadie parece recordar que "la dama blanca" fue la cárcel y campo de concentración flotante para más de un centenar de personas que fue sometido a maltratos, torturas, vejaciones y violaciones. Crímenes cometidos por verdugos y asesinos anónimos. Gatillos jalados por guantes manchados de sangre que, cobardemente, hoy nadie reclama.



Diecisiete años de "democracia" han pasado, no obstante, el encubierto poder del fascismo sigue intacto. Mientras el nefasto buque de juguete de la Armada es rechazado en no pocos puertos del mundo, el Gobierno aún no consigue que se establezca el paradero de tantos detenidos desaparecidos; los jueces siguen siendo amenazados por periciar la verdad; continúan apareciendo cuerpos acribillados y los homicidas materiales e "intelectuales" siguen en la más cruda impunidad. Convertidos hoy en generales en retiro, gozan de sus fácticas pensiones, financiadas por el Estado. Dineros que junto con la indiferencia parecen ser la indemnización legitimada a su asquerosa intervención en los procesos históricos.