
Los ojos extranjeros o de quienes han estado lejos de estos terruños por muchos años tienen esa virtud de observar los vicios patrios como un hecho aislado y no desde la cotidianeidad, tan tramposamente esclavizante. Mi madre, por ejemplo, apenas arribó al país se quejó por los excesos burocráticos y, luego, al llegar a Valparaíso, no podía comprender que la imagen del jaguar económico pujante de Sudamérica (como aún se refiere a Chile en el periodismo extranjero) no fuese coincidente con las casas que siguen colgando, la miseria convertida en norma y, también, la falta de gratuidad (qué bien tan escaso en estos lares).
Por estos días también he podido aprender de la mirada de mi amigo Eduardo, quien ha vivido la mitad de su vida en España. Para él, en Chile aún no se ha eliminado la institución de la encomienda, ese sistema creado por la Corona que premiaba el servicio de los conquistadores con protección económica y la concesión de privilegios a los encomendados. Una institución que fue clave en la constitución social del país y se perpetuó también en la minería y en otras actividades productivas fundamentales para el "crecimiento" del país.

Y vaya que es cierto! Qué cotidiano nos parece de pronto que las casitas autoconstruidas en las laderas y quebradas representen ese manido adjetivo de lo "pintoresco".. y por otro lado sean el estandarte de algo que huele muy mal.. o que es funcional a esa "trickle-down theory" (ley del goteo) acuñada por Ronald Reagan. El jueguito cruel que permite a los de arriba atragantarse hasta las masas de las riquezas para que los chorreos esquivos alimenten la ilusión de quienes no tienen nada.
Qué incuestionable es, de pronto, el deber de hipotecarnos la vida por acceder a la educación superior, una operación cara, enfrentar un cáncer u otra enfermedad catastrófica. ¿No tenemos, acaso, un Estado -supuestamente socialista- para que resuelva algunos mínimos como ésos? Mientras los políticos alimentan ilusiones con sus discursos-elíxires, cargados de promesas; los empresarios emboban a las masas, mediante los medios de comunicación y la publicidad, con los bienes de consumo que se "deben tener"; los parlamentarios van al Congreso a cuidar sus negocios, buscar asociatividades y votar leyes que les favorecen; la iglesia esculpe a diario los límites morales de la imbecilidad y del deber ser y el ser, perpetuando una mentalidad retrógrada, cerrada y provinciana...
Todo, en tanto este gélido invierno mata diariamente a los que no tienen techos, o si los tienen... son arrasados por los temporales o mueren sin atención en algún hospital plagado de médicos que hacen avioncitos con sus juramentos de Hipócrates.
No quiero parecer precisamente un pesimista empedernido, pero a veces por "hacer patria", dejamos de comprender que sí existen maneras más civilizadas de convivir y, también, sociedades que han logrado poner en la balanza los elementos para equilibrarse de modo medianamente justo. No hay lugares perfectos, pero sí hay grupos humanos que se han organizado mejor que los 16 millones autodefinidos como "solidarios" en su eterna ilusión óptica. ¡Qué mitomanía autocreída más chilena!