No sé si sea porque este 2007 se cumplen 10 años desde que mi padre partió, dejándome este vacío gris que no se llena con nada.. No sé si es porque desde hace un tiempo dejé de sentirme niño y me percaté de golpe que debo ser autovalente y complacientemente solitario.
Aún no lo comprendo, así como tampoco su partida...pero en el último tiempo el recuerdo de mi padre ha estado muy presente en mis rutinas, tanto como en los primeros meses luego de su muerte: cuando lo sentía cerca y aparecía incandescente en mis sueños, diciéndome que donde quiera que estaba, todo era hermoso... que no me ahogara en la pena, tomara su relevo y cuidara de mis hermanas.
Ahora siento como si me escuchara cantar solo o como si tomara una tibia ubicación en mi pieza. O como si se hiciera material otra vez en los tantos objetos suyos que alguna vez escondimos con mis hermanas para ahogar el dolor. Sin embargo, con la costra de los años, aparecieron tenues arrojándome a su recuerdo, a su belleza, a su forma de ángel enorme que me acompañó desde mis primeras luces.
Mi padre está en mi voz.. cada vez más similar a la suya; está en mis lentes, el ajedrez que él me enseñó a jugar, en mi postura inclinada, en mi adicción a las caminatas y a las veredas; en mi predilección por los inviernos, mi adicción a Valparaíso y al mar, mi andar en troles y ascensores, el deleite de los vinos y chocolates... en mi insaciable apetito por aprender.
Eso lo heredé de ese hombre que de niño me parecía tan enorme y superhéroe.. pero que fue haciéndose cálidamente terrenal (y real) a medida que crecía y comenzaba a subir mi horizonte al nivel del suyo, cuando me estrellé de súbito con su humanidad tan errante como aleccionadora, su historia de esfuerzos y rigidez, su infancia de caricias metálicas y débiles.. de gestos impertérritos, del hombre que nunca fue acariciado por mi abuelo, "porque no correspondía", y que hasta sus últimos días lo echó en falta; el compañero de juegos y secretos que un día partió súbitamente con una sonrisa y un beso suave, en un viaje que eligió iniciar -cómodo y en paz- en el refugio de mis brazos.