El retorno al poeta
Desde entonces participé en recitales líricos, me uní a un grupo de poetas jóvenes (que luego denominaron "la generación de los 80") y leíamos nuestros -entonces subversivos- versos en plazas, parques, juegos florales y, por sobre todo, en un taller de poesía que organizaba la Casa de la Juventud en una vieja sede devorada por las termitas, en la calle Rawson del puerto. Todo derivó en la publicación de una Antología que se llamó "20 poetas jóvenes de Valparaíso" y que aún cuelga de las estanterías de algunas viejas librerías porteñas.
Luego entré a la universidad y me desconecté de la manada, porque acabaron saturándome el ego y las prácticas de un círculo perversamente competitivo como el literario. Detesté que la poesía sólo fuera el pretexto para que la Sociedad de Escritores de Valparaíso nos reuniera como la continuación de sus reuniones para tomar el té con versos rimados y cursis a lo Gustavo Adolfo Becquer o que mis mismos compañeros se empeñaran más en escribir para opacar al otro y parecer cada vez más "artistas" (por ende, más herméticos y "alternativos") que reales. Ellos siguieron con relativo éxito en el circuito. Muchos han publicado hasta seis poemarios, han ganados concursos, Fondarts, Fondos del libro, dan entrevistas como voceros de una generación descreída y con ansias de renovación (como cualquiera que se acuse de "joven") e incluso han viajado llevando sus versos hasta otras latitudes. Todo mientras yo he seguido escribiendo poesía egoísta, hecha con el objetivo de expulsar algunas imágenes, ideas y locuras que punzaban por salir con desesperación, sólo para quedarse encerradas no en mi cabeza, sino en hojas sin destinatario.
Hace poco me encontré con uno de mis amigos de esos tiempos. Me contó que trastaba de ubicarme con urgencia para que, al fin, me convenza de publicar, de tener ese parto que tanto añoran quienes , a la vez, nos hemos soñado como escritores. Desde entonces, he desenterrado de las cajas mis decenas y cientos de poemas; los he leído y me he ido entusiasmado con ese punto de partida que, bien entiendo, no me cambiará la vida, pero será un hito de iniciación para reencontrarme con una parte de mí que dejé pendiente hace algunos años, escribiendo versos encerrados en un anonimato que lentamente comienza a despejar.
Fotos de Eduardo Trujillo