Vemod

Vemod. Me encanta esa palabra. Tanto así que la uso como nick bloguero. Esta acepción sueca bien podría traducirse en español como "tristeza" o "melancolía", aunque -lamentablemente- ninguno de estos sentimientos grafica con fidelidad su significado real. El vemod se liga estrechamente con el invierno y es, justamente, aquel sentimiento contemplativo que desencadena una nevazón y la transformación del paisaje en hielo y blancos cegadores.

El vemod está conectado con el S.A.D., una sigla que recuerda la palabra "triste" en inglés, pero que, en realidad, resume el Seasonal Affective Disorder. Es un tipo de descalabro emocional que producen los cambios de estaciones, específicamente aquél que deriva en un invierno. Esta reacción se da, sobre todo, en países escandinavos. Mi mamá (que vive en Suecia) es un buen ejemplo: radiante en los veranos, se vuelve huraña y constamente melancólica en los días sumidos bajo la nieve y la lluvia. Tal vez es la ausencia de color, el peso de la ropa, la reclusión en la casa, el frío estremecedor, la llegada de las enfermedades o, probablemente, la recopilación de todo lo anterior.

Esos mismos cambios emocionales fluyen en mis venas, pero en una adaptación hemisférica de este vemod tan gélido. Suelo ponerme triste con los cambios de estación. Y, al revés de lo que ocurre en el Polo Norte, me bajan la nostalgia y la melancolía cuando el invierno se derrite y da paso al florecimiento de la primavera. Desbarajustes que no son forzados ni planificados, pero que, supongo, tienen que ver con terremotos temporales, alertas de un tiempo que avanza, de etapas que se queman rápido, certidumbres repentinamente trizadas. En mi caso, la cáscara que quiebran los primeros rayos de sol me retrotraen a los viejos inviernos, el recuerdo de caminar con mi padre bajo la lluvia, refugiarme debajo de las sábanas, protegerme del frío inclemente, comer sopaipillas y fabricarme un refugio simbólico del exterior y sus tempestades.

Hay algo de poético en la ligazón de los cambios de la naturaleza con los emocionales. Como si un llamado primitivo y visceral los convocara. Después de todo, de eso estamos hechos, de temperaturas, contexturas, intensidades provenientes de cuán cercano o lejano el sol despliegue sus rayos. Adaptarse a los cambios que desata en el entorno es cosa de tiempo. Por ahora, bienvenida la primavera y su festival de colores y florecimientos.