El violento paso del mal llamado "progreso" va dejando sus heridas en la ciudad que conocí de niño.. y que lentamente comienza a morir bajo su nueva piel de hormigón y espejos. El Valparaíso de antaño, que se movía lento al ritmo de troles, ascensores y barcos entrando seguros e imponentes por la bahía, está dando paso a una urbe que sucumbe a la sed inmobiliaria, impuesta por la nueva moda de vivir en la ciudad de los cerros... Lo peor es que a nadie parece importarle demasiado, mientras no afecte el cómodo metro cuadadro.
Ayer recorrí con tristeza el antiguo edificio de la Chilena Tabacos. El clásico inmueble moderno en curva de Avenida Colón que resistió el terremoto y representaba el signo de un Valparaíso que se abría a las industrias en los 60. Hoy está siendo demolido porque el terreno fue vendido a una inmobiliaria que levantará dos inmensas torres de departamentos: el privilegio de la vista para unos pocos a cambio de un símbolo permanente de vejación patrimonial. ¿Y alguien dice algo? Fuera de los grupos ciudadanos que dan la pelea en el Concejo Municipal, parece que el tema no despierta las suficientes conciencias. Los ciudadanos de pie se desviven por asuntos cotidianos, como el vecino que hizo un segundo piso y tapó en centímetros la vista a la bahía... pero, ¿no interesan, acaso, los efectos verdaderamente violentos de moles de concreto que amenazan con convertir a Valparaíso en un enjambre de edificios sin estilo?
Mi recorrido siguió por el ya extinto Hospital Alemán, el lugar donde nací hace 30 años. El que fuera el recinto hospitalario de la clase media porteña (en vías de extinción) hoy se ofrece para el apetito de las constructoras que no harán otra cosa que levantar edificios de lofts y snobbismos parecidos. Con ello, vuela de un plumazo la historia de vida de tantos porteños que recuerdan su maternidad como si fuese el primer hogar. La junta de accionistas dice que las cuentas no cuadraron, y que es más rentable instalarse en otro sitio, como Viña del Mar. Seguramente el terreno será otra conquista para el red set que ha capitalizado el cerro Alegre con sus reductos de aspiración y arribismos... pero con la suficiente paz mental que podría darles una ciudad pobre como Valparaíso, en el contexto de las luchas sociales de antaño que siguen alimentando el discurso vital de su permanencia política.
La última parada del triste recorrido: el ascensor Villaseca, el segundo más alto del puerto, después del Mariposa (recientemente cerrado). Se convirtió en un cúmulo de fierros oxidados luego de que construyeron la aberración de túnel y viaducto sobre Avenida Altamirano. Recuerdo una tarde con mi madre, hace más de 20 años, cuando tomamos el ascensor... íbamos de visita donde una amiga de ella que tejía verdaderos fardos de lana junto a su gato negro. Comimos roscas y tomamos té (de tetera), mientras el atardeceder encendía el puerto de antaño. Luego bajamos raudos por el mismo "trencito vertical" que hoy se convierte en óxido y pátina. El hermoso funicular que muere mientras la bahía desaparece tras la sombra de los edificios que, en pocos años, se convertirán en el telón de concreto para lo que fue el más bello anfiteatro del Pacífico.